Una experiencia misionera en Vietnam
Tiempo de centrar el corazón…
Mi envío fue a Vietnam, un pueblo tan otro, que a fuerza de diferencia desde el primer día ¡me sentí como en casa!. Cómo pasa eso, no lo sé, sólo sé que viví como un regalo poder adaptarme tan bien a esa diferencia, y así lo cotidiano: comer, dormir, los horarios… se volvió fácil.
Es cierto, miento si digo que levantarme a las 4 de la mañana es fácil… pero nos levantamos para ir a celebrar la Eucaristía y ese deseo ¡puede con todo!. Un café tranquilo, vestirse como es allí costumbre de blanco y negro, colgarse la cruz, bajar a la puerta y esperar a que unas y otras se reúnan. Observar como la última cierra la puerta y partir juntas por un camino oscuro y pedregoso, cruzar la avenida con su tráfico infernal y encontrar con alegría que otros muchos han hecho ya ese camino y están en la Iglesia. Arrodillarse ante el Señor bajo el murmullo de las oraciones incesantes de la gente. Comenzar la Eucaristía atenta a todo gesto que me revele el momento que vivimos, intentando responder con mi mejor vietnamita para unirme a la comunidad de creyentes, ¡a la Iglesia universal! Salir de la misa, saludar a unos y otros, dejarse saludar y así amaneciendo, recomenzar el día: la limpieza, el gran desayuno, la oración, la misión de ese día.
Siempre acompaña, en mi jornada se multiplican los encuentros con cada una de la comunidad, con los niños del colegio, con las familias que visitamos. En vietnamita todo el lenguaje está marcado por la relación que una tiene con el otro y en cada encuentro he de intentar saber quién es el otro, la otra, y quien soy yo para ella, para él para poder hablarle… la palabra, el diálogo, la relación está marcada por este profundo reconocimiento del otro que para ellos es normal, para mí aprendido y que siempre me pareció una escuela de Evangelio ¿no es eso lo que hacía Jesús? poner siempre al otro en medio de la relación.
En este tiempo he podido visitar a las familias, hacer alguna limpieza en su casa, trabajar con los niños con discapacidad de la escuela maternal, participar en actividades de la pastoral juvenil, de Cáritas con la farmacia… pero yo siento que mi misión principal ha estado dentro de la comunidad: ponerme al servicio, estar disponible, escuchar a unas y otras, acompañar la vida, acoger, preguntar, cocinar, equivocarme, limpiar, aprender de todo y todas.
Es en la comunidad en la que he aprendido a amar a este pueblo, en la comunidad que he aprendido a acoger con docilidad el misterio, en comunidad que muchos de mis miedos han partido y en comunidad que me he encontrado con Jesús que sigue salvando en la debilidad y en la pobreza, en nuestra debilidad y en nuestra pobreza.
Es en comunidad que en este pueblo de Vietnam, recibimos el Espíritu y nos dejamos conducir y transformar por él yo así lo he experimentado fuertemente.
Porque no todo es fácil, es difícil sentirse a todo tiempo distinta, no poder hablar, no comprender qué pasa, no tener claves ni culturales ni humanas para poder acoger o entender. Por eso estoy muy agradecida a quienes me han conducido y guiado, a quienes me han acercado a los otros, a quienes me han llevado de un sitio a otro, a quienes han puesto palabras a lo que quería comunicar. He experimentado la certeza de que sola no puedo nada y ha sido una experiencia gozosa acoger que no puedo, que no sé, que no llego… y me ha permitido con humildad ponerme en manos de otra y así poder vivir siempre juntas. ¡Todo un aprendizaje!
Este no saber, no poder, particularmente en lo referente a la lengua me ha obligado también a explorar nuevas formas de estar, de comunicarme, de escuchar. Las miradas, los gestos, la imaginación, los juegos, la risa han sido espacio de relación y en la vida más cotidiana, la oración de cada día ha sostenido y dado forma a mis días. Acompañada por Jesús he podido descentrar el corazón (de mi mirada, de mi cultura, de mis juicios) para centrarlo en Jesús y con él poder poner al pueblo que me acogía en el medio de mi vida.
Doy gracias al Señor por enviarnos a Vietnam, pueblo donde compartir y enriquecer nuestro carisma es una fuerte llamada, donde “el mal del obrero” se vuelve posibilidad hoy también de servicio y salvación.
Lucía Uceda Barquero–Hermanita de la Asunción
Una respuesta
Me gustaría ir a Vietnam a ayudar a los necesitados y desafortunados.