“Era el primer día de la semana.

“Era el primer día de la semana.

II Domingo de Pascua (Juan 20,19-31)

“Era el primer día de la semana”… ¿de qué semana? Y es que el confinamiento en el que vivíamos nos hacía perder la noción del tiempo. La mayor parte del mundo estaba en confinamiento, con las puertas cerradas por miedo a contagiarnos, enfermar y morir. Ahora el enemigo único se llamaba: Coronavirus. Sí, el virus y su propagación mundial era nuevo pero el mundo ya estaba herido, engendrando pobreza. Viviendo entre los pobres de diversas naciones, descubrimos el peso de la dominación de unas y la dependencia de otras, las desigualdades sociales y económicas. Medimos las consecuencias del hambre, del desempleo, de la violencia, de la emigración. Esta enfermedad vino a agravar la dureza de las situaciones con que nos enfrentamos o que presenciamos .

Y en esto entró Jesús. Él siempre toma la iniciativa. Y se coló en nuestras casas, en nuestras comunidades, en este mundo encerrado. Su palabra: “¡Paz a vosotros!”… ¡Cómo conoce nuestra inquietud, nuestra angustia, la zozobra de nuestro corazón…! Nos enseñó las manos y el costado. Y supimos que era Él. Porque eran esos los signos de su paso por este mundo haciendo el bien, eran las consecuencias de su camino de Encarnación, de Siervo, de Enviado del Padre que entregó su vida para salvar a la humanidad y reunirla en un pueblo .

El Resucitado es el Crucificado, esta es la verdad de nuestra fe, su misterio. Los crucificados son los resucitados. Y nosotras nos alegramos de verlo. Como tantas veces nos hemos alegrado de contemplar -tras situaciones de muerte- en nuestro pueblo, en nuestras comunidades, en nuestra propia vida los signos de su presencia activa, Buena Noticia de una Salvación, en la que Él tiene la iniciativa.

Sí, aquel día como si de nuevo estuviéramos naciendo, como si de nuevo el mundo estuviera creándose sopló su Espíritu y experimentamos que volvíamos a la Vida. Que la noche, el miedo, la muerte no tienen la última palabra. Experimentamos que su Vida corría por la nuestra y que no era tiempo de división, ni de egoísmo, ni de violencia, ni de indiferencia… En su paz de nuevo fuimos enviadas…

Y salimos a aplaudir agradecidas cada tarde, a llamar por teléfono a quienes vivían en soledad, a comunicarnos mensajes de ánimo y sentido en las redes sociales, a intentar sacar lo mejor de nosotras mismas en la convivencia cotidiana, a animar creativamente la liturgia, a orar por las personas enfermas y fallecidas, a cuidarnos,… Nuestras vidas, abiertas a su Presencia, dejaban fluir el perdón y la reconciliación.

Ven Tomas y mete tu mano en mi costado

Tomás no estaba con nosotras y aunque le dijimos que habíamos visto al Señor, él necesitaba hacer su propia experiencia. Y es que somos diferentes. A Pedro, tan cabezón otras veces, le bastó ahora para creer con asomarse a la tumba y ver los lienzos. Y María Magdalena sin embargo, necesitó ser nombrada por la voz de su Amado. Jesús sí que sabe de diversidad cultural y procesos personales… A Él le pedí que hiciera crecer la hospitalidad en nuestro mundo, en nuestras comunidades, en mí…hasta hacer nacer una hospitalidad aún mayor: la del reconocimiento de la obra de Dios en cada una.

Jesús volvió ocho días más tarde. La realidad no había cambiado, seguíamos en confinamiento, acogiendo el momento de cada una. Pero allí estaba Él, en el centro, deseándonos de nuevo la tan siempre necesitada paz.

“Ven, Tomás, y mete tu mano. Tócame, es lo que necesitas para creer”. Quizás todas tengamos algo de Tomás e incluso sea necesario. Porque es compartiendo las alegrías y los sufrimientos de los pobres como aprendemos a dejarnos convertir por el Evangelio .
El amor necesita tocar. La proximidad, en el sufrimiento, crea unos lazos imborrables y una alegría que sabe a gloria cuando sientes que el amigo, que la hermana se ha salvado. Por eso la Resurrección también tiene nombres y lugares propios en los que hemos podido confesar: ¡Señor mío y Dios mío!

“Todo va a salir bien”, decían los carteles en las puertas de las casas cuando empezó el confinamiento. Es una manera de decir:

“¡Dichosos los que creen sin haber visto!”.

Porque, sin saber cómo acabará esta historia, ya atisbamos el triunfo final del bien empujando así para que pueda ser. Quizás la Creación entera -más allá de lo que podemos imaginar- lleva inscrita en sus entrañas la Resurrección.

Charo Martín Pérez Hermanita de la Asunción.Cartagena (España)

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