Todo parece haber terminado con la muerte de Jesús
III Domingo de Pascua (Lucas 24,13-35)
“Y mientras hablaban y discutían, el mismo Jesús se acercó y caminó con ellos. Jesús les dijo: «¿Qué vienen discutiendo por el camino?»
Todo parece haber terminado con la muerte de Jesús; es el regreso a la vida pasada. Los discípulos vuelven a buscar una nueva forma de vida y una adaptación al nuevo contexto social. Un paso atrás lleno de sentimientos de fracaso e incertidumbre.
Es en este contexto que el Resucitado se acerca con particular interés para traer la alegría, la paz y la luz de la resurrección.
Ésta es ciertamente la situación en la que se encuentran los que pierden sus trabajos, los que no tienen nada para vivir durante este tiempo de Covid-19, los que no pueden salir a buscar comida para alimentar a sus familias, los que no tienen un hogar para quedarse durante este tiempo cuando es aconsejable quedarse en casa.
Sentimientos de fracaso porque la economía está cayendo, la crisis se está profundizando y el futuro es incierto en muchos sentidos; se hace evidente el hecho de que muchas personas, países, ciudades, vecindarios, familias y comunidades resulten afectados.
La vida se presenta llena de preocupaciones y la humanidad camina triste, sin esperanza y sin una fe madura como consecuencia de la situación actual.
Humanamente, parece que no hay solución; o al menos la solución es lenta en llegar. Una salida oscura, como la experimentada por los dos discípulos en su camino a casa.
Jesús se acerca. Camina con ellos. Pero, a pesar de la presencia de Jesús, sus discípulos siguen adelante con los ojos oscurecidos.
Para ayudarles a salir de la ansiedad personal que no les permite ver más allá, Jesús les hace la pregunta sobre lo que están discutiendo en el camino. Es una pregunta que los descentraliza.
Con su manera de actuar, Jesús nos muestra cómo llegar a los hombres y mujeres de este tiempo que caminan desilusionados porque su única esperanza parece perdida. Él se interesa por los problemas y preocupaciones que les habitan en el camino cotidiano de la vida.
El Resucitado conoce las penas, las alegrías, las desesperanzas que viven los pueblos de este mundo.
El ejemplo de Jesús nos invita también a nosotras a conocer las preocupaciones que habitan en el corazón de las mujeres, los hombres, los jóvenes durante este tiempo en que la pandemia está golpeando ciudades, barrios, comunidades, familias… y cuando el mundo está en crisis.
Hemos de tomar conciencia y descubrir que hay muchas necesidades que esperan ser resueltas a través de iniciativas tanto personales como comunitarias.
Según las capacidades de las comunidades, buscar responder a esas necesidades como compromiso de solidaridad con quienes sufren no sólo de coronavirus, sino de otros males y causas injustas.
…En el corazón de las situaciones,
“estamos particularmente atentas al «mal del obrero», a la familia en este pueblo…». Regla de Vida
Estamos llamadas a abrir nuestros oídos, nuestros corazones, para escuchar las preocupaciones de los que sufren, los gritos del mundo, como lo hizo Jesús con los discípulos cuando expresaron sus preocupaciones y su falta de fe en los testimonios de las mujeres. Será una manera de dar testimonio del amor de Dios y de comunicar esperanza en este tiempo en que la desesperación parece reinar en el mundo. También estamos llamadas a tomarnos el tiempo para releer la Palabra de Dios, para entrar en contacto con lo que Él nos dice y descubrir su presencia en la realidad que vivimos.
«Reconocieron a Jesús cuando partió el pan”. La Eucaristía, un signo muy modesto, simple pero efectivo que testifica la presencia de Jesús Resucitado. Hoy reconocemos al Resucitado en los que sirven, en los que comparten su pan con otros, en los que consuelan, en los que arriesgan su vida en los hospitales, en los que animan con una palabra pronunciada y compartida.
En comunión con el Cuerpo de Cristo, recibimos la misión de salir a proclamar la alegría del Resucitado, de emprender el camino hacia nuestros hermanos y hermanas. Dios quiere que seamos felices, y también quiere que hagamos felices y alegres a los demás, sin encerrarnos en nuestras preocupaciones. Que el Espíritu Santo nos inspire para avanzar con determinación por este camino de Emaús, un camino estrecho que lleva del fracaso al éxito, de la infelicidad a la felicidad, de la duda a la fe, del dolor a la alegría.
Germaine Musakata -Kinshasa (República Democrática del Congo)