Pastoral de la escucha en Buenos Aires
Nos escuchamos, nos conocemos
Queremos llegar a cada una de ustedes en la alegría y la esperanza que nos trae Jesús Siervo y Salvador y desearles: ¡PAZ! Qué bueno poder estar con ustedes y en comunidad para compartir lo que nos mueve desde las entrañas y el corazón, en la vida y misión, en esta tierra donde vivimos.
El lugar desde donde les compartimos es Buenos Aires, capital de Argentina. Vivimos en el barrio de Villa Luro y somos parte de la parroquia San Francisco Solano.
Argentina atraviesa actualmente una de las peores crisis económica, política y social de su historia. Según datos gubernamentales, casi el 40 % de la población es pobre y el nivel de indigencia alcanza el 9 %. En la capital del país, hubo un aumento del 25 % en el número de personas sin hogar. Se calcula que 2 de cada 3 niños son pobres.
Detrás de estos números hay personas, y cada una de ellas con sus historias, sus anhelos, sueños y sentimientos.
En la parroquia de San Francisco Solano, muchas personas vienen en busca de alimentos todos los miércoles. Son familias empobrecidas, inmigrantes, personas sin hogar que no tienen dónde vivir.
Mirando la gente que llegaba a Cáritas parroquial para buscar alimentos, algo pasó en mi corazón: el deseo de acercarme, conocerlos, escucharlos. Me impactaba la mirada triste de algunos, el rostro sufrido de otros. La frase de Antonieta Fage me llegaba: “Me duele el dolor de los pobres”, y me preguntaba: ¿Qué podré hacer junto a esa gente? Rezando esa inquietud me ha venido la inspiración: ¿Por qué no escucharlos, simplemente estar ahí para ellos, promover espacio de diálogo? Compartimos esa inquietud en comunidad de hermanitas y juntas nos acordamos que algo podríamos hacer. Luego, compartí con Susana Sánchez, una señora de la parroquia y creamos el proyecto de la Pastoral de la escucha: “Nos escuchamos y nos conocemos”.
El primer paso fue acercarnos a la gente e invitarlos a participar de los encuentros de manera libre, aclarando siempre que es un espacio para ellos.
El primer paso fue acercarnos a la gente e invitarlos a participar de los encuentros de manera libre, aclarando siempre que es un espacio para ellos.En cada encuentro, preparado con mucho cariño y a través de dinámicas, la gente fue poco a poco teniendo confianza y empezaron a compartir su vida, sus dificultades, sus sueños y esperanzas.
Pisar en el terreno de la historia de cada uno, es pisar en tierra sagrada. Algunas de esas historias impactan el corazón. La búsqueda de la gente en situación de calle buscando un lugar para quedarse a la noche, bañarse, las historias de padres y madres que están lejos de la familia por motivos diversos, algunos por el vicio de drogas y alcohol, otros por ruptura en la relación por situaciones puntuales. Compartir esas historias con toda la carga afectiva que supone nos habla de confianza, nos llega el grito buscando atención, acogida, cercanía.
Escuchar, prestar oídos y el corazón para acoger a cada uno y cada una con su dolor, su historia y también sus deseos de superación, nos abrió el corazón para ver en ellos a Jesús que hoy sufre, que está al margen de la sociedad. Nos pide una mirada de compasión.
Nos encontramos cada miércoles. Son 4 grupos diferentes durante el mes. Cada uno va haciendo su camino de forma distinta, pero receptivos a ese espacio creado para ellos.
En el grupo vamos siendo testigos del camino personal de uno y otro después que empezaron los encuentros. Les compartimos uno de ellos:
Jorge es un señor ya mayor. Viene a Cáritas buscando ayuda. En marzo de ese año su hijo falleció de manera repentina. Fue demasiado duro para Jorge que entró en depresión, quedó varios días sin ducharse, comer, cuidar de sí mismo. Venía al grupo y lloraba diciendo: “No tengo más ganas de vivir”. Lo acogemos, lo escuchamos.
El grupo fue muy cariñoso con Jorge. Era impactante ver muchos de los hombres en situación de calle conmovidos, haciendo pasos para escucharlo con respeto.
Gladys, una señora del grupo le enviaba cada día por el celular un mensaje de ánimo, esperanza, fe.
Invitamos a Jorge a venir todas las semanas para ayudarnos en los encuentros y para simplemente estar con nosotras. Él llegaba un poco antes del horario y nos compartía su dolor, su pelea con Dios. Varias veces nos decía: “Lo que necesito ahora es que me escuchen”.
Poco a poco la esperanza fue encontrando lugar en el corazón de Jorge. Empezó a ayudarnos en los encuentros y en la iglesia. Hoy nos habla: “Estoy bien, en paz. Quiero quedarme aquí con ustedes”.
En uno de los encuentros, que tenía como tema el Don de la vida como un regalo de Dios, Jorge expresa después de una dinámica con el grupo: “Me vi en ese regalo de Dios, la vida es un don. Vi también a mi hijo, estaba feliz. La vida es un don que en Dios no hay fin. Mi corazón está feliz, está en paz”.
Hna. Agda da Penha de Sousa
Me llamo Susana Sánchez. Pertenezco a la parroquia San Francisco Solano, de la ciudad de Buenos Aires, Argentina, desde mi adolescencia. Fui catequista y ministro de la Eucaristía.
Tiempo atrás había tenido la inquietud de hacer algo más por los que acudían a nuestra Cáritas parroquial. No supe cómo hacerlo y lo fui olvidando. Parece que el Señor tomó nota y lo agendó. Por septiembre de 2022, la hermana Glaides me presentó a la hermana Agda, quien compartía la misma inquietud. Esto me sorprendió y pensé: “¿Éste es el momento? Ya no estoy en condiciones de emprender una nueva tarea. Tengo 70 años, achaques y familia numerosa”. Lo veía difícil
Como para Dios nada es imposible, pensé también en los profetas, que tampoco sabían qué hacer y qué decir ante lo desconocido. Y me tiré al vacío. “El Señor sabrá, Él nos conoce”.
Y así comenzó este hermoso camino junto a la hermana Agda, dirigido a las personas que concurren a nuestra Cáritas parroquial. Pensamos cómo llevar adelante la tarea. Primero, darle nombre al proyecto: Nos escuchamos y nos conocemos. Segundo, fijar objetivos: Escuchar a las personas con atención y respeto, para que sientan este espacio como propio. Tercero: pensar recursos para motivar la participación de todos. Así fuimos dando los primeros pasos.
El comienzo fue con vaivenes. Unas semanas aceptaban gustosos la invitación. Otras se iban sin entender qué hacíamos allí. Al mismo ritmo, mi corazón me decía: “¿Qué hacemos nosotras aquí? ¿Les estamos imponiendo algo que la gente no pide?” Sabíamos que era bueno, pero había que tener paciencia y creer, sobre todo, que Jesús está en medio de todos y obra a pesar de no ver los resultados. Y seguimos caminando con muchos interrogantes.
Con altos y bajos el espacio empezó a ocupar un lugar. Lo esperamos y lo esperaron. Cada tarde fue un desafío. Los corazones empezaron a abrirse, a confiar, a sentir como propio ese lugar. Mi corazón se estrujó ante las dolorosas realidades. Sentí que algo cambiaba en mi interior. Comprendí que sí tenía sentido ese espacio. Que merecía mi esfuerzo y sentí vergüenza por haber dudado.
Qué poco pide el pobre que está golpeado: que se lo reconozca por su nombre, un oído que lo escuche y no lo juzgue, una sonrisa que lo reciba, una palabra y un abrazo que lo haga sentir que es un hijo de Dios sin que importe el camino que haya tomado en la vida. Estamos dispuestas a escuchar y recibirlos. Dios hará el resto.
Gracias a la comunidad de las Hermanitas de la Asunción por invitarme a formar parte de este servicio al servicio de los más pobres.
Susana Sánchez