¡Feliz Año Nuevo, nos desea el P.Pernet !
“Me preguntaba esta mañana, qué es un “feliz año”.
Según me parece a mí, y según el almanaque, es un año en que las estaciones son como deben ser y cada una produce su efecto en vistas al bien general, o a la bondad total del año.
Primero hace falta un invierno riguroso, a su tiempo, un invierno que no se alargue y que no se disemine a través de las otras estaciones, en una palabra, un invierno auténtico que prepare el germinar de la primavera. Cuando no hay invierno todo se resiente.
Después una primavera deliciosa, con el refrescante rocío de la mañana y la lluvia oportuna de la noche, la primavera con un sol renaciente, joven y cálido bajo cuya acción ‘se oye’ incluso brotar las hojas.
Luego un verano vigoroso, un sol sin contemplaciones que prepara el otoño con su mies abundante y sus árboles cargados de frutos.
Esto es un feliz y buen año.
Pues bien, ha de ser lo mismo en el orden espiritual.
El buen año que yo os deseo, hijas mías, es aquel en que la naturaleza se nubla como en invierno. Este tiempo recio es necesario para abonar bien el campo de nuestra alma, nos prepara para recibir la semilla, la vida de lo alto que Nuestro Señor ha traído a la tierra.
Lo que conviene desear en nosotras es que seamos vigorosas en la renuncia a nuestro yo.
Cuando hayamos conseguido esto, llegará la primavera.
La gracia, rocío bienhechor, refrescará nuestras almas, el sol, el Espíritu fecundará la semilla que es la Palabra de Dios, y la hará germinar.
Por tanto, hijas mías, os deseo esta germinación, porque vuestras almas no son como este universo en que la primavera, el verano, el otoño y el invierno se suceden invariablemente. En el mundo moral, espiritual, las cuatro estaciones se hacen sentir, yo diría, al mismo tiempo. Sí, existe siempre en nosotros el invierno que trae desolación, la primavera que alegra, virtudes que empiezan a brotar, otras que creciendo mejoran. Nuestra alma debe parecerse al naranjo en el que siempre hay hojas, flores y frutos que están creciendo y otros frutos en plena maduración.
Si hay invierno y primavera en las almas, hay también verano que las hace pasar por las pruebas y el ardor del amor de Dios.
Cuando en alguien existe este calor, este ardor divino que le hace más apta para sus obligaciones, se da plenitud de vida.
Yo os deseo, hijas mías, este verano bien cálido, bien pesado pero llevado valientemente. Les deseo que os prestéis a todas las exigencias y a las delicadezas del amor de Dios, al soporte del prójimo, a las dificultades de la misión, a fin que lleguéis al otoño, es decir, a una cosecha rica en méritos que será para nosotros el final de la vida.
He aquí lo que entiendo por buen año y lo que deseo para vosotras, mis muy queridas hijas, no solamente para 1893, sino para todos los años que seguirán a este.
Oremos mucho por la Iglesia, por nuestro país tan amenazado por la revolución; oremos por nuestra familia religiosa, para que las vocaciones nos lleguen numerosas y buenas, y para que las que nos están llegando se consoliden.”
Etienne Pernet,según una instrucción suya del 1º de enero del 1893