« En sus zapatos, 200 años mas tarde”

« En sus zapatos, 200 años mas tarde”

 

Bicentenario del nacimiento de Etienne Pernet y Antoinette Fage, fundadores de las Hermanitas de la Asunción

Estamos recordando y celebrando que hace 200 años, en la Francia de la revolución industrial, en lugares distantes pero asemejados por la pobreza y la precariedad, un hombre y una mujer nacieron. El Espíritu trazaría sus vidas por sendas y vericuetos insospechados hasta hacerlos encontrarse, acompañando sus búsquedas y deseos hasta poner en pie un sueño del que hoy vivimos un buen puñado de mujeres y de hombres en el mundo, en la Iglesia: la congregación de las Hermanitas de la Asunción.

Una historia de 200 años es contracultural en un mundo de discos duros pero de memorias quebradizas, de eventos sin continuidad y en donde lo viejo suena a caduco porque el instante se convierte en la única experiencia de eternidad. Y, sin embargo, lo que permanece es lo que nos construye, lo que nos da suelo y raíz para poder crecer y avanzar. Poder mirar atrás y decir: “De ahí venimos”, “de ahí nos vino la vida”.

Entramos pues, en esta historia sagrada de 200 años, y lo hacemos de puntillas y a dos voces, las de dos mujeres, una laica y una consagrada… atraídas por el legado de Esteban Pernet y Antoinette Fage del que hoy, con dos vocaciones diversas, alimentamos nuestro seguimiento de Jesucristo.

“Mi historia con las Hermanitas de la Asunción empieza antes de mi nacimiento. Yo fui una de esas personas afortunadas a las que una hermanita le tejió sus primeros patucos de lana. Así que, el espíritu de Dios todo caridad, lo recibí con poco tiempo de vida”. (Isa)

“Tenía 13 años cuando conocí a una Hermanita de la Asunción… pronto aquella calle estrecha, aquella puerta oscura y aquellos escalones hasta el 4º piso donde la vida del barrio se mezclaba con el café,  se me hicieron tan familiares que mi padre profetizaba: “Acabarás llevándote allí el colchón”. (María José)

Preguntándonos por la actualidad de este legado, pensábamos en las huellas de unos zapatos sobre los caminos de un París del último tercio del siglo XIX y se los pedimos prestados para recorrer hoy los caminos de una misión que nos llevó de Francia, “al Universo entero”: Irlanda, España, Argentina, Brasil, Nueva Zelanda, Madagascar, Túnez…

Descubrimos elementos de una espiritualidad que ha atravesado el tiempo y las fronteras para ir al encuentro de unos mismos rostros: obreras y obreros, trabajadores migrantes, desempleados, madres y padres de familia, jóvenes, niños y niñas, familias… en esa orilla de la vulnerabilidad y la pobreza a la que Esteban y Antonia miraron de frente.

Los zapatos de la ternura. En este tiempo de “fobias” (también a los pobres), ellos nos invitan a mirar con inmensa ternura, con delicadeza y respeto, con dignidad, a la gente herida: “Elevadlos a sus propios ojos”. Sin paternalismo, sin suplencias, en reciprocidad, empoderando a la gente, creyendo en su capacidad de tomar el destino en sus manos. E invitando a hacer lo mismo: “Los obreros son los mejores apóstoles de los obreros.

En este tiempo de violencias, ellos nos invitan a hacer de la ternura una manera de desarme en la vida de nuestras comunidades, fraternidades y grupos: “Vivid lo que queréis anunciar”. En este tiempo de descuido, ellos nos enseñaron los cuidados de un amor que permanecía junto a quien lo necesitaba y que creaba comunidad, fraternidad.

“Hay que pasar por la escoba, por fregar los platos, por servir al pobre y esto, como apóstoles…En este servir hay un poder maravilloso y una fecundidad que no se agota. La hermanita debe mostrarse al mundo con la ternura y la caridad del buen samaritano.”

“Me contemplo caminando en dirección a la casa de una familia, ordenando los papeles del paro de un vecino, o subiendo la bombona de butano a una mujer mayor en un quinto sin ascensor”.  (Isa)

“Si Odette quería ir al colegio tenía que  ir a buscar agua, encender el fuego, lavar los platos de la noche anterior y lavar la ropa de todos los otros niños de la casa… Odette tiene 9 años. ¿Cómo no arrodillarse con ella a las 6.40 de la mañana sobre el barreño para que pudiera llegar? Colgada la ropa en la cuerda… mete su cuaderno en una bolsa de plástico y esboza una media sonrisa: “Gracias”. (María José)

Los zapatos de la proximidad. Las comunicaciones nos trasladan en milésimas de segundo a países lejanos, a realidades desconocidas, la globalidad inunda lo cotidiano pero también nos aísla, y deja al margen… Esteban y Antonia son precursores de esos servicios de proximidad que hoy tanto buscamos: la ayuda a domicilio, el catering para los abuelos, el co-housing, el parto en casa, el envío a domicilio… El domicilio, ese lugar sagrado que ellos nos revelaron como lugar de encuentro, de comunión, sacramento de la visita, evangelio de lo cotidiano. El domicilio, donde ponemos nombre a lo que no tenía nombre para nosotras. Proximidad que se hace vecindad, amistad, fraternidad, comunión.

“Nuestros gestos hoy se hacen presentes a través de las relaciones de proximidad. Donde las casas, los lugares de trabajo, los encuentros vecinales y asociativos, son la muestra de transformación, donde “Se gesta algo nuevo” en medio de lo sencillo, lo precario y cotidiano. Nuestro carisma hoy se hace presente en los espacios de cuidado, de sororidad, de interculturalidad, abriendo la posibilidad a la duda y la incertidumbre de si será posible continuar  allá donde estamos: en el espacio familiar, la escuela de verano, las clases de repaso, el espacio de cuidado a las mamás jóvenes…o el encuentro de tú a tú donde el compartir la vida sin más, es el centro en el que reconocer a Jesús” (Isa)

“Cuando salía de aquella casa, sorteando los cables por el suelo y las aguas de alcantarilla, no pude evitar echar una mirada atrás. Carmen se encontró con mis ojos: “¿Usted cree, hermana, que nosotros queremos vivir así?”. “No, Carmen, porque no creo que nadie viva así porque quiere”. (María José)

Los zapatos de la transformación. Bombardeados de imágenes, inundados de desgracias que desaparecen inmediatamente bajo anuncios de cremas anti-edad o de comidas rápidas, la tentación de hoy es bajar los brazos, mirar a otro lado o simplemente decir: nosotros no podemos hacer nada… Ellos no tiraron la toalla y nos invitan hoy a seguir creyendo en la fuerza de lo pequeño, lo cotidiano, lo colectivo; a seguir dejando tras nosotros semillas de transformación, a descubrir la Resurrección que todos llevamos inscrita en nuestras vidas.

“Y llega  el momento en el que  preguntarte qué pintas en este mundo, qué destino, misión, plan tiene Dios para ti. Y escoges prioridades, nombras deseos, intuiciones, opciones de vida y te descubres impregnándote de una misión, de la mano de un compañero con quien formar una familia, crecer y multiplicar amor a raudales.” (Isa)

A veces, todo esfuerzo con una persona, una familia, una realidad, parece destinado al fracaso. Es el momento de insistir, de permanecer, de esperar contra toda esperanza. María nos enseña en esto. Y, de pronto, allí donde parecía que nada se podía hacer, algo se revela, se levanta, se pone en pie… desde lo insignificante. La Justicia, la Paz, la Integridad de la Creación se fecundan en lo oscuro de la tierra… y allí surge una asociación, un pequeño grupo, una acción que consigue una mejora de viviendas, un proyecto escolar, un huerto comunitario,  un autobús para el barrio, un servicio nutricional, una Ley que se pone en cuestión, un derecho nuevo que se reconoce, una fraternidad que surge, un grupo de mujeres en torno a la Palabra que se sienten Iglesia…un Reino que se anuncia y del que somos testigos.

Los zapatos de la internacionalidad. En la era de los grandes comercios de fronteras, de construcción de vallas, de muros, de concertinas; en esta época en que ser extranjero se convierte en delito y ser inmigrante en crimen;  en este tiempo de localismos y etnocentrismos, ellos nos enseñaron a abrir las puertas, a descubrir el horizonte ancho y largo de una internacionalidad que se nos cuela dentro, desde el origen: “No habrá extranjeras entre vosotras”… y este es hoy el reto de nuestro vivir en “inter”, también en la misión convertida en acogida y hospitalidad incondicional.

“Tarifa, Tánger, Perú…Hace tiempo leí en un poema frente al Estrecho que mis ojos contemplaban desde el norte a unos ojos simétricos a los míos, en el otro lado. Desde entonces, cuando miro un paisaje poblado, me viene a la memoria aquel poema, e imagino que alguien busca mis ojos y la complicidad de encontrarnos, descubrirnos, reconocernos en total humanidad y a la vez, tan de Dios en cada un@.” (Isa)

Los zapatos de los otros, de las otras. Cuando podemos correr el riesgo de crear grupos-nido, grupos-refugio, dentro de la Iglesia, ellos nos invitan a sentir que nuestra pertenencia a una misma familia espiritual dentro de la Iglesia nos libera de exclusividades y de pretensiones de verdades absolutas. Ellos nos hicieron buscadoras con muchos otros y otras, diferentes, creyentes de otros cultos, de otras credos… o sin ellos. Juntos caminamos hacia un horizonte de Gloria en el que toda mujer y todo hombre sean respetados en su humanidad, en el que toda la Creación sea respetada en su diversidad, en el que la Tierra toda habite en paz.

Tomamos sus zapatos y seguimos caminando, entre las sombras y las pequeñas brechas de luz, pues la misión guarda la misma esencia del espíritu, pero se transforma y se adapta: Colombia, Canadá, Estados Unidos, Burkina Faso, República Democrática del Congo, España, Vietnam… Comunidades de Hermanitas de la Asunción, laicas y laicos, Fraternidades, grupos portadores de semillas de esperanza. Mujeres y hombres que pasan sus días en el trabajo, la oración, la vida familiar y comunitaria creando ambientes donde cada uno es llamado por su nombre a la existencia y a sentirse parte de la creación del mundo. Sostenidos por una fe posiblemente fecunda que se llena desde la vida interior y la contemplación. Una fe en Dios encarnado en nuestra historia, Jesús que sirviendo nos salva, desde abajo y desde dentro.

Gracias, Esteban y Antoinette por prestarnos estos zapatos, por invitarnos, también hoy, doscientos años después de vuestro nacimiento, a seguir dándonos de forma desinteresada para reconocer en cada persona un hermano, una hermana en Cristo, para que nuestra oración y nuestro compromiso, nuestro trabajo y nuestras relaciones se hagan Reino.

Ponte los zapatos, mírate al espejo, abre la puerta y sal.

Isa Moreno, laica, maestra, casada y madre de 3 hijos
Maria José Vallejo, Hermanita de la Asunción

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