CANTOS DE ESPERANZA
Es 3 de abril y coincide en Cartagena con la fiesta de la Patrona, la Virgen de la Caridad. En un bando municipal se nos invita a salir a las 22h y cantar la Salve Cartagenera, de gran devoción en este pueblo. La comunidad nos preguntábamos cómo será eso. A las 20h, después de las palmas diarias, nuestra vecina de enfrente nos dice: “¿Saldréis a las 22h? Si salís yo salgo, sola no sé si me acordaré de la Salve.”- Sí, claro. Las campanas sonaban y en toda la ciudad se oía esta plegaria a María, desde el dolor, la angustia y la impotencia de la situación. ¿Habremos aprendido nuestra condición de criaturas necesitadas?, es la cuestión que mi corazón susurra todo este tiempo.
¿Qué pasará mañana con el canto? Pues la invitación era para toda la Semana Santa pero a las 21h. Tímidas salimos y para nuestra sorpresa nos esperaban nuevos vecinos/as creando un singular coro: Una pareja de tercera edad, otra rozándola, otra en torno a los cuarenta con su hijo adolescente y su hija de 4 años, otra chica más joven con su niña recién nacida en brazos…y nosotras, también de diferentes generaciones y culturas…Como un pequeño resto de Israel, como los representantes pobladores de un “arca humana”, … separados físicamente y en una estrecha comunión volvíamos a rezar cantando a María, esa madre grande, universal, la misma entraña de Dios acogiendo en su seno a esta humanidad herida que la busca, que espera consuelo y esperanza en un cielo y una tierra nueva lejos del sufrimiento.
Misteriosamente la cruz nos reúne, nos convoca,…Misteriosamente la gente sencilla, los gestos sencillos,… saben a Dios. Mi vocación se confirma en este tiempo de confinamiento: Siempre se puede reunir un pueblo para Dios; siempre podemos atisbar la grandeza para la que estamos hechos en la pequeñez de nuestras vidas; siempre nos salvamos juntos. La vida religiosa está llamada a vivir en estado de alarma porque siempre hay sufrimiento y esperanza para compartir camino del Absoluto; porque siempre es tiempo de recordar la indecible ternura de Dios por nuestra pequeñez. Siempre es tiempo de confinarnos en su Silencio Amoroso y Paciente para salir sanados/as a sanar, a compartir el gusto por una vida en abundancia para todo lo creado.
Desde el año pasado celebrando la Pascua en la cárcel de Campos del Río a éste año ahora confinado, he recorrido muchas fronteras, … Mi vida ha trascurrido entre Cartagena, Granada, Burkina y Madagascar con paradas en París y Madrid. Estos días en mi casa, asomada al mundo por internet y a lo local en los rostros de mis vecinos,… vuelvo a comprobar que no hay más libertad que la que da el amor, que el espacio y el tiempo es muy relativo, depende de lo que queramos hacer con él…que no hay más camino que el que hacemos juntos, que no hay más destino que los brazos amorosos de un Dios Padre-Madre, que merece la pena vivir para ayudarnos a “sostener los cantos de esperanza” como la Salve estos días, para agradecer “como las palmas diarias”, para no tener miedo a morir sanando a otros, alimentando a otros, cuidando de toda las personas y preferencialmente de quienes más lo necesitan, …
Dicen que esto es como una guerra. Vivir es la trinchera. Reconocernos humanos hermanos es la batalla. Sabernos ya seres resucitados es la victoria, siempre discreta. Estos días doy especialmente gracias por mi fe, porque Jesucristo saliera a nuestro encuentro porque sus heridas nos han curado y en Él podemos reconocernos acompañados en cualquier situación de la historia.
Charo -(Hermanita de la Asunción)
Una respuesta
Gracias por este compartir de vida que nos permite dimensionar la Internacionalidad de la Misión en Congregación y nos fortalece para seguir viviendo sostenidas por la Esperanza