“Alégrate, llena de gracia”. Lc. 1, 28
¿Cómo recibe María la invitación del ángel ?
En medio de una disponibilidad incondicional, pasa de una actitud a otra…
Del temor a la audacia..
De la duda a la fe…
De la sorpresa a la aceptación…
De la extrañeza al diálogo…
Del temor a la confianza…
De la interioridad a la exterioridad…
Del silencio al diálogo..
De la incomprensión a la obediencia…
María escucha, reflexiona, progresa en el diálogo con el ángel y finalmente acepta su propuesta.
¿A qué nos invita este Evangelio?
A no entorpecer el Proyecto de Dios, porque cada uno y cada una tiene una vocación. Estar atentas a su Palabra, a la palabra de los demás y a los acontecimientos, acoger a Aquel que ha de venir. Estamos invitadas a la apertura mediante la humildad y la confianza. Dejarnos conducir por la Voz de Dios que nos invita a obedecer.
¿Cuál es nuestra respuesta hoy a Dios en relación con nuestra vida?
Responder a Dios puede tener como consecuencias, el rechazo y la incomprensión de los demás; en este sentido, la fe aísla. Estar embarazada, sin estar casada, impulsó a José a querer repudiar a María. En nuestras sociedades, cuando una joven, por sus opciones, no corresponde con lo que los demás esperan de ella, puede reproducirse esta situación, es decir ser rechazada e incomprendida, ser marginada.
Poner nuestra vida, con nuestras debilidades, entre las manos de Dios. Es una llamada: A acoger nuestras diferencias y ponerlas en las manos de Dios, Él, que a través de nuestras diferencias, descoloca nuestros proyectos y a veces nuestra vida. María tenía otros proyectos que el que le fue dado por el ángel; su consentimiento cambió totalmente su vida y la nuestra.
Estamos aquí para vivir nuestra misión, atentas a las necesidades de cada uno y cada una; nos dejamos transformar cada día por la Palabra de Dios. Son muchos y muchas los y las que vienen a nuestra puerta; cada vez es una nueva escucha un nuevo encuentro, una nueva paciencia, una nueva misericordia.
En Madagascar, siempre tenemos la fuerza de continuar, la fuerza de vivir cada día, la fuerza de sonreír siempre. Somos un pueblo en marcha, un pueblo creyente. Siempre estamos atentas, testigas de tantos hombres y mujeres que recorren las rutas y caminos a lo largo de los días y las noches, para vivir, para sobrevivir. Sus vidas son una llamada a reconocer a Aquel que nace en nuestros corazones, viene a nuestros caminos, para ser nuestro compañero de cada día, nuestro compañero de eternidad, uniendo sus pasos a los nuestros, a los pasos de estos desplazados, nuestros hermanos y hermanas en humanidad.